miércoles, 1 de agosto de 2018

Cuando hablen los sabios, escucha atentamente


En este post compartiré con vosotros mi reflexión acerca dos frases muy importantes para mi, las cuales sin duda me han marcado mucho para el resto de mi vida. Estas fueron pronunciadas por mis dos abuelos, que en paz descansen, y sin ninguna duda las incluyo de una forma muy especial dentro de todas aquellas experiencias de vida que me han hecho ver la vida con otros ojos.

Por un lado, mi abuelo por parte de madre, Miguel, era una persona muy noble, carismática, con mucho sentido del humor, y de carácter juvenil y risueño; podías tirarte horas y horas charlando con él, así como disfrutando de sus anécdotas y chistes. Pese a haber enfermado gravemente desde muy temprana nunca perdió su compostura y jamás dudo en inculcarme sus valores a mi como al resto de sus nietos.

Pues bien, cuando yo actuaba de forma rebelde e irrespetuosa, él siempre me repetía una y otra vez las siguientes palabras:

<<Muchacho, háblale bien a tu abuela, hazme el favor...>> o <<Muchacho, no trates así a tus padres...>>

En esa época, hace ya más de 8 años, yo no le hacía mucho caso; era un poco cabroncete y no sabía valorar lo que tenía, como la inmensa mayoría de los adolescentes. Pero con el paso del tiempo he ido madurando, lo cual hoy me permite poder interpretar aquellas palabras que tantas veces me repitió mi abuelo.

Lo que mi abuelo intentó hacerme ver siempre que me repetía esas palabras era que lo mínimo que un ser humano debe hacer en esta vida, independientemente de la situación en la que se encuentre, es respetar a los demás y ser amable en todo momento, especialmente con aquellos que darían la vida por ti: tus padres, tus hermanos, tus abuelos y tus mejores amigos.

No hay nada más gratificante que hacer sentir orgullosos de tus actos a quienes te han visto crecer, así como no hay nada más lamentable que hacerles llorar.


Por otra parte, mi abuelo por parte de padre, Manolo, era una persona especial, fuerte y determinada; un hombre muy sencillo sin miedos y hecho a si mismo. Pese a haber sido una persona de trato un poco especial, ya que en ocasiones mostraba un temperamento difícil de lidiar, cuando tenía que ejercer de abuelo con sus nietos, ejercía de la mejor manera posible.

Mi abuelo hasta casi los 90 años conducía, cortaba leña, labraba su huerto y andaba largas horas por la montaña él solo. Pero de la noche a la mañana todo cambió a raíz de una grave caída, la cual le impidió volver a ser el hombre independiente que siempre había sido y le dejó encerrado en el hospital, donde falleció.

Meses antes de fallecer, antes de que la fatídica caída ocurriera, estábamos mi abuelo y yo sentados debajo de la casa del pueblo tomando la fresca, disfrutando del silencio y de la paz que sólo la naturaleza te brinda. De repente, en un momento de lucidez, siendo consciente de su edad y de su notable deterioro físico y mental (comenzaba a sufrir demencia), mi abuelo se giró ligeramente, se me quedó mirando y me dirigió las siguientes palabras:

<<Todo se acaba en esta vida... Todo se acaba.>>


Creo que no hace falta añadir mucho más.